Llevo decoradas dos puertas de las cuatro que me había propuesto… bueno, si lo pienso bien, quizá sean solo tres las que logre terminar.
Si colgara murciélagos del techo en febrero, para el Día del Cariño, seguro no faltarían los comentarios criticones; pero siendo honesta, tampoco sorprendería a nadie. Por eso no es raro que haya un pequeño Drácula colgado en mi puerta desde junio o julio. Lo hice porque encontré los moldes en internet y porque, de alguna manera, necesitaba algo bonito para recibir a quien llegara a la casa. El detalle es que ahora, con las decoraciones nuevas, mi pobre Drácula no combina con nada. Sí, es un problema totalmente mío, pero problema al fin.
Hay quienes no pueden comer si la comida en el plato se mezcla demasiado, otros que necesitan que la ropa interior combine con lo que llevan encima. Yo, en cambio, necesito que los apliques de foamy en mis puertas tengan cierta armonía entre sí. Es toda mi decoración de este año, así que merece un poco de coherencia.
La idea es ir renovando cada temporada, añadir o ajustar según se pueda. Este año decidí enfocarme en algo manejable: solo las puertas. Y aquí viene mi revelación doméstica: si voy a decorar un espacio, antes tengo que limpiarlo. Tal vez sea obvio, pero para mí fue casi un descubrimiento místico. Cada vez que decoro, limpio; y si limpio varios rinconcitos con calma, reduzco el suplicio de una limpieza maratónica. Resultado: ¡la compra de materiales para manualidades está justificada! (Sí, acepto que esa puede ser la verdadera motivación).
Ahora, admito que la limpieza nunca ha sido mi pasatiempo favorito. El limpiador de superficies de Amway, que es el que uso desde hace ya siete u ocho años me salva la vida: práctico, funcional y nada complicado. Aun así, pasar cuatro o seis horas seguidas limpiando es impensable para mí. Me pasa igual cuando intento depurar un clóset o un escritorio: toco una cosa y parece que se multiplicara en diez, como un hechizo travieso de Harry Potter. Termino sentada viendo un caos mayor al que había empezado, preguntándome cómo se supone que voy a organizarlo todo.
Por eso me aferro a soluciones sencillas y a rituales pequeños que me permitan avanzar. Mis puertas ya lucen “aceptablemente embrujadas”: nada terrorífico, más bien un aire divertido estilo country. A mí me gusta imaginar que, pasada la medianoche, cada puerta se transforma en un portal secreto al mundo del personaje que sostiene.
La próxima semana me espera trabajo pesado de otro proyecto, así que tal vez solo logre decorar una puerta más. La mía quedará al final, con mi chiqui-Drácula de guardia. Aunque no combine, ya lleva meses cuidando la entrada, y eso también tiene su encanto.
Por ahora el expediente queda hasta aquí. La vida sigue, el polvo también, y las puertas me esperan. Cuando algo nuevo se cruce en mi camino, lo dejaré anotado en estas páginas caseras